FUENTE: EL ECONOMISTA.ES
Los fijos discontinuos han pasado de ser el contrato estrella de la reforma laboral a convertirse en un auténtico quebradero de cabeza para el Servicio Público de Empleo Estatal, que el pasado mes de octubre se vio obligado a realizar una amplia revisión de los datos y no descarta más en los próximos meses. Pero, ¿por qué se están realizando estos ajustes?
El organismo dependiente del Ministerio de Trabajo se ha encontrado con el desafío de tener que adaptar el registro de demandantes y parados que coordina con las comunidades autónomas al repunte sin precedentes de esta modalidad contractual.
Lo hace además con sus estadísticas cada vez más cuestionadas, por la opacidad de sus dirigentes políticos empeñados en demostrar que no hay nada diferente con los fijos discontinuos tras la reforma laboral y que, por tanto, no hay que dar ninguna explicación acerca de por qué no aparecen identificados adecuadamente en los datos de desempleo.
Sorprende que el Ministerio de Trabajo, que ha informado puntualmente de las campañas realizadas por la Inspección de Trabajo para perseguir el fraude por parte de las empresas en este tipo de contratos, ha negado la mayor en lo que se refiere a la tarea del SEPE, enrocado en el argumento de que el paro se cuenta igual desde siempre.
Ni siquiera ha cambiado su discurso cuando sus propias estadísticas revelan que entre enero y noviembre los servicios habían convertido a casi 115.000 parados en demandantes de empleo con relación laboral, categoría que incluye a los fijos discontinuos que no trabajan.
La clave de esta polémica esta en que, a diferencia de lo que ocurre con los temporales, los contratos fijos discontinuos no se extinguen cuando finaliza la actividad eventual a la que se vinculan. Al entenderse esta como 'recurrente', el trabajador solo espera a volver a ser llamado por la empresa.
Hasta entonces, se le da de baja como afiliado a la Seguridad Social y aunque tiene derecho, si ha cotizado para ello, a una prestación por desempleo, no cuenta como parado registrado, sino como demandante con relación laboral, ya que su contrato sigue en vigor.
Esta situación acompaña a esta modalidad de contratos desde que se creó en 1995. En esto tiene razón Trabajo. Pero obvia que la diferencia está en el auge experimentado tras la nueva reforma a laboral.
Si en 2022 se ha más que triplicado el número de contratos indefinidos, hasta los 6,6 millones hasta noviembre, en el caso de los fijos discontinuos la ha multiplicado por casi nueve, pasando de los 246.000 hasta los 2,14 millones. Aparte del incremento en términos absolutos, han pasado de suponer el 13% del total de los contratos estables al 33%.
Sin embargo, su impacto en el empleo real es mucho menor. Para crear un solo afiliado ha habido que firmar 4,7 contratos de media, más del doble que en el caso de los empleos indefinidos ordinarios a tiempo completo, según la metodología acuñada por Trabajo en su "índice de calidad del empleo".
Pero en este punto cabe recordar, que, a diferencia, del resto de contratos, la baja de afiliación no viene necesariamente acompañada de la extinción del contrato. Entonces, ¿dónde están estos trabajadores?
El misterio discontinuo
Descontando a los que encuentran otros trabajos, la lógica dice que muchos de estos nuevos fijos discontinuos 'inactivos' se apuntarían como demandantes con relación laboral, con la expectativa de cobrar una prestación o subsidio hasta que la empresa solicite su reincorporación. Era una de las ventajas que, según el Gobierno, acompañaba a estos trabajadores: su mayor protección social.
Sin embargo, esto apenas se registra en los primeros meses de la reforma laboral: ni aumentan los nuevos inscritos como demandantes ni las altas (o reanudaciones) de prestaciones. De hecho, la brecha entre ambos empieza a ampliarse. La razón es simple: el porcentaje de fijos discontinuos que han cotizado lo suficiente para cobrar una prestación es escaso, por lo cual no tienen incentivos para inscribirse como demandantes.